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Pan y Rosas
17 de noviembre de 2006 Twitter Faceboock

En 1889 nacía Carolina Muzzilli
Verónica Zaldívar

Este artículo forma parte del libro LUCHADORAS. HISTORIAS DE MUJERES QUE HICIERON HISTORIA, publicado por el IPS.
Carolina Muzilli

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"Es hora de que el feminismo deportivo deje paso al verdadero, que debe encuadrarse en la lucha de clases."[1]

Carolina Muzilli

Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, Argentina había dejado de ser sólo una enorme extensión de tierra. Sus principales ciudades comenzaron a recibir oleadas enteras de obreros y obreras que llegaban del otro lado del Atlántico para apostar a un futuro prometido en el nuevo continente. El país protagonizó un rápido desarrollo económico que en principio giró en torno a la producción agro-industrial; esta veloz expansión impactó en la población cambiando, muchas veces por la fuerza, el estilo de vida al que acostumbraba. La clase obrera argentina fue formándose con manos nativas y extranjeras; su crecimiento, en esta época, tendrá como correlato la organización de un movimiento obrero que se nucleará en mutuales y sindicatos por oficio, como primeros instintos de organización. El gran peso de los inmigrantes facilitará la rápida irrupción del anarquismo y el socialismo, corrientes ideológicas que venían extendiéndose desde los grandes centros industriales. Los hombres y mujeres del proletariado europeo aportaron, además, su mayor experiencia en la lucha de clases, vivida en países que vieron prosperar el capitalismo antes que Argentina.

Desde antes de 1880, hay registros de diferentes conflictos obreros, cuyo número e impacto fueron aumentando con el paso de los años. Las primeras sociedades de resistencia surgieron en los gremios como el de gráficos, quienes además de poseer un alto grado de especialización o calificación, tenían mayor acceso a la información y la cultura. Anarquismo y socialismo acompañarán e influenciarán al movimiento obrero de diferentes maneras, organizando a los trabajadores en iniciativas que fueron más allá de lo sindical, e incentivando la existencia de espacios socio-culturales propios; esta tendencia será continuada posteriormente por el Partido Comunista. El movimiento obrero argentino, además, estaba ligado a los eventos que ocurrían a nivel mundial, en gran parte gracias a la tradición internacionalista que imprimieron militantes sindicales y de izquierda. Por eso conmemoró desde su inicio el 1-° de mayo.[2]

El nuevo siglo trajo consigo una agudización de las luchas obreras, y enseguida tuvo lugar la primera huelga general, en 1902. Entre 1910 y 1920 se produjeron cambios en la producción, que llevaron a nuevas formas de lucha: los trabajadores comenzaron a organizarse en sindicatos por rama de industria, y a utilizar métodos como los piquetes y la ocupación de fábricas. Durante ese período cobrará importancia una nueva corriente, el sindicalismo revolucionario, cuya influencia se hará sentir cada vez más fuerte en detrimento del anarquismo (en franca decadencia) y del socialismo.
Todo este proceso de surgimiento, consolidación y cambio en la clase obrera en Argentina estuvo cruzado por un elemento que pocas veces es tenido en cuenta por los historiadores: la irrupción de las mujeres en el mundo del trabajo fuera del hogar. Previamente, si las mujeres trabajaban en tareas que no tuvieran que ver con el cuidado de sus hijos o el hogar, lo hacían desde sus casas (por ejemplo, como costureras o tejedoras); esta modalidad de trabajo fue ampliamente utilizada antes de la aparición de los grandes establecimientos fabriles. Pero, a partir de este momento, su presencia se hará sentir también en fábricas y talleres. [3]

Fabriqueras

 ¿Qué tenían que hacer las esposas, madres o novias trabajando a la par de cualquier obrero, fuera de sus casas? La llegada de las mujeres a las fábricas y talleres fue un cimbronazo en la vida obrera, todo había cambiado. Desde conservadores recalcitrantes hasta socialistas y anarquistas reaccionaron ante este nuevo fenómeno; en general, todos coincidieron en señalarlo como negativo. Comenzó una gran campaña de exaltación del papel de las mujeres como madres y ejes del núcleo familiar, cuyo rol se suponía que se desvirtuaba al trabajar fuera del hogar. Se atacó el trabajo femenino en las fábricas, con argumentos que iban desde lo fisiológico (supuesta debilidad del organismo femenino) hasta lo moral, ya que se consideraba que las fábricas eran un "antro de perdición", sobre todo para las jóvenes. Cada sector propuso diferentes "soluciones" para el "problema", siendo la predilecta devolver a las féminas a sus hogares. Socialistas y anarquistas, a pesar de su disconformidad con el trabajo femenino, promovieron la defensa de los derechos de estas nuevas trabajadoras, las fabriqueras, muchas veces en respuesta a la presión de sus mismas compañeras, como lo muestran los primeros debates (calurosos por cierto) en el periódico obrero La Voz de la Mujer.

Que esta discusión fuera tan generalizada en la sociedad, para algunas intelectuales se debe al impacto inicial causado por el ingreso de las mujeres a las fábricas; según ellas, se dio un "sobredimensionamiento" o "espejismo" que hacía que se percibiera el fenómeno como algo más masivo de lo que fue realmente, ya que la mayoría habría seguido en ocupaciones tradicionales como la costura y la agricultura.[4] Esto parece reforzado por un informe presentado en 1902 por la feminista Cecilia Grierson (quien fue la primera mujer en egresar de la Facultad de Medicina de Buenos Aires), cuyas conclusiones van en ese sentido. Sin embargo, esta posición es relativizada por otros investigadores, quienes sostienen que la destrucción de registros censales de las primeras décadas del siglo XX impide afirmarlo; además, esos datos pueden contrastarse con los que existen de trabajo en fábricas de la época, que evidenciarían que ya en 1895, el 20 % de los trabajadores industriales eran mujeres[5]; algunos calculan que este porcentaje llegó al 50 % décadas después. En lo que hay mayor coincidencia es en que las mujeres tendieron a permanecer en los mismos sectores y tipos de tareas poco especializadas dentro de la industria durante varias décadas, además de recibir salarios más bajos que los de los hombres, siendo muchas veces utilizadas por los patrones para suplir el trabajo masculino; esta razón llevó a muchos a clamar por su regreso al hogar.

Los sectores industriales en los que más mujeres trabajaban eran alimentación, frigoríficos, tabaqueras, fosforeras y textiles; además fueron teniendo una presencia cada vez mayor como oficinistas en las empresas de servicios, como docentes y como vendedoras en las grandes tiendas que intentaban asemejar a Buenos Aires a otras capitales del mundo. Este tipo de ocupaciones era más frecuente entre las jóvenes de clase media.[6]

Las condiciones en las que trabajaban las primeras fabriqueras eran terribles, y las llevaron a protagonizar numerosas huelgas; entre ellas, podemos mencionar las de costureras, cigarreras, chalequeras, pantaloneras, alpargateras, camiseras, fosforeras, tejedoras y empleadas domésticas. Las ciudades donde más movilizaciones de mujeres hubo durante los primeros años del siglo XX fueron Buenos Aires, Rosario, Junín y Córdoba. Esto no necesariamente se tradujo en un alto grado de organización de las trabajadoras, aunque algunos sectores se agruparon.[7] En 1912, Carolina Muzilli describía la situación en el gremio gráfico: "mientras el número de socios aumenta paulatinamente, el número de mujeres inscriptas siempre se mantiene en el mismo núcleo insignificante y pasa desapercibido."[8] Destacaba, además, su escasa intervención en las asambleas y demás instancias de participación sindical, debido, en gran parte, a la falta de apoyo de sus compañeros y al rechazo social hacia el trabajo femenino.

Damas, feministas y militantes

La inserción de las mujeres en el mundo fabril coincidió con el auge de la primera ola del movimiento feminista en todo el mundo y su irrupción en la "vida pública". Las señoras adineradas se reunían en la Sociedad de Beneficencia, que por supuesto distaba de ser feminista; luego comenzaron a surgir activistas, generalmente profesionales (sobre todo médicas) entre las cuales una de las más destacadas fue Cecilia Grierson. Ésta intentó infructuosamente nuclear a los diferentes grupos de mujeres que existían en el país, y finalmente recurrió a la elite porteña y provincial para lograrlo; así surgirá, en 1900, el Consejo Nacional de la Mujer[9]. Al cabo de diez años, en 1910, los dos sectores predominantes en el Consejo (damas y profesionales/intelectuales) rompieron a partir de sus discrepancias sobre los festejos del Centenario; sus diferencias las llevaron a organizar dos congresos de mujeres separados en Buenos Aires: uno con fuerte tónica tradicional y patriótica encabezado por las señoras de la alta sociedad, y otro con tinte feminista e internacionalista inaugurado por intelectuales y socialistas.

Entre las feministas más dinámicas de la época se encontraba la médica Julieta Lanteri, quien luchó durante muchos años por conseguir la igualdad de las mujeres en lo jurídico. Hizo del derecho al voto una de sus banderas, a tono con el feminismo sufragista imperante en Estados Unidos e Inglaterra. Se presentó como candidata en numerosas elecciones aprovechando un vacío legislativo con respecto al tema, e intentó votar en cuanto comicio hubo, lográndolo varias veces. Lanteri fundó el Partido Feminista Nacional, y también peleó contra la discriminación de las mujeres en los ámbitos laboral y académico, problemas que había sufrido en carne propia: le habían negado la posibilidad de ser docente en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires sólo por ser mujer, aunque argumentaron que el problema era otro. La imagen de Julieta parada en un cajón de manzanas en plena plaza Flores o en un banco en la plaza Congreso quizás sea una foto de la época, en la cual las mujeres peleaban por hacer escuchar su voz, y exigían derechos elementales.

Paralelamente se formaron otro tipo de agrupaciones, generalmente pequeñas y de corta existencia, impulsadas por socialistas y anarquistas. En 1902, a instancias del Partido Socialista, se crea el Centro Socialista Femenino, ampliamente propagandizado en el periódico partidario La Vanguardia. Del Centro participaban sobre todo militantes no obreras del partido (destacándose las hermanas Chertkoff, Fenia de Repetto y Justa Burgos Meyer, entre otras). Realizaron campañas a favor del divorcio y los derechos civiles de las mujeres, organizaron actividades para niños y conferencias, y también apoyaron huelgas. Sus posiciones las diferenciaban tanto de las damas de caridad como de las feministas burguesas, aunque en su práctica tenían numerosos puntos en común con estas últimas. El Partido Socialista, que privilegiaba siempre la vía parlamentaria ante cualquier otra, presentó diferentes proyectos de ley para proteger a las trabajadoras. Éstos (sin dejar de ser progresivos debido a la situación de indefensión y explotación existente) utilizaban sin embargo argumentos como la hipotética debilidad física de las mujeres y la necesidad de preservarlas para cumplir su supuesto rol nato de madres, cuestión que les valió el rechazo de numerosas feministas. En 1903, también por impulso del PS, surgirá la Unión Gremial Femenina, que "se consideraba (...) como un primer paso para llegar a las mujeres obreras, que después pasarían a integrar el Centro Socialista Femenino." [10]

Si de militantes socialistas se trata, hay una que se destacó tanto como por sus investigaciones como por sus escritos y, especialmente, por su incansable lucha junto a las trabajadoras: su nombre fue Carolina Muzilli.

La pasión de una joven llamada Carolina Muzilli

Nacida en un barrio popular, en el seno de una familia de inmigrantes, Carolina supo lo que era luchar desde la infancia, cuando debió lidiar con sus padres para poder seguir estudiando. Esto estaba vedado a las muchachas de su clase, quienes una vez finalizada la instrucción primaria debían abandonar toda perspectiva educativa. Se destacó como estudiante, rodeada de muchachas de buen pasar, frente a las cuales no disimulaba sus diferencias; un ejemplo es el ensayo que escribió criticando la práctica de la caridad, tan frecuente entre los sectores acomodados.[11] A los dieciocho años se afilió al Partido Socialista, realizando una intensa labor como militante que abarcó escritos, proyectos de ley, investigaciones y un constante trabajo en las filas obreras, recorriendo conventillos[12] y fábricas para concientizar a los obreros, y especialmente a las mujeres, acerca de sus derechos. Sostenía que la verdadera defensa de éstas sólo podía realizarse desde una perspectiva clasista.

Resulta interesante analizar sus escritos y su militancia en comparación con la de sus compañeros, ya que suelen diferenciarse bastante del reformismo de los socialistas de entonces[13]; mientras militaba continuaba trabajando como costurera a destajo, una de las salidas laborales más frecuentes para las jóvenes de clases populares, pagando con su magro salario la publicación del periódico Tribuna Femenina que editaba y dirigía. Más allá de que también promovió la defensa de los derechos civiles de las mujeres en general, una de sus contribuciones más importantes fue el análisis de las condiciones de trabajo de mujeres y niños, denunciando la dramática situación que se vivía en los establecimientos fabriles y los problemas de salud más frecuentes que se presentaban. Su pluma conmovida e indignada retrataba así la situación en los lavaderos: "obligadas a trabajar (?) en pisos húmedos, en invierno tiritando de frío y en verano haciéndoseles insoportable la átmosfera debido al vapor de agua que se desprende de los cilindros, son constantemente azuzadas por los inspectores, recibiendo frecuentemente empellones (?) las de la sección planchado, debido a la alta temperatura, en verano se desmayan con frecuencia y lejos de auxiliárselas, el inspector, reloj en mano, comprueba la duración del síncope a fin de que la obrera integre la jornada de labor."[14]

Consciente de la necesidad de que las mujeres tomaran en sus manos la defensa de sus derechos, promovía su organización en los lugares de trabajo, destacándose sobre todo su labor en el gremio gráfico. Sus propuestas fueron tomadas en cuenta en los congresos partidarios del PS, votándose medidas específicas. Sus investigaciones, innovadoras tanto por su temática como por la utilización de herramientas como las estadísticas, no muy difundidas en ese entonces, lograron el reconocimiento no sólo de sus compañeros, sino de otros sectores de la sociedad, llegando a ser presentadas en otros países.

Su intensa vida se apagó en 1917, justo cuando se encendía la primera revolución obrera triunfante; víctima de la tuberculosis falleció a los veintiocho años. Queda latente la pregunta acerca de cuál hubiera sido su postura frente a la Revolución Rusa que ese mismo año marcaría un antes y un después en la historia del movimiento obrero mundial; nos atrevemos a suponer que la hubiera conmovido e inspirado.

Carolina Muzilli se fue demasiado temprano, con una pasión enorme en un cuerpo cansado. A partir de sus experiencias y reflexiones esbozó una idea que bien podría estar en boca de muchos y muchas militantes que abrazan hoy la causa de la clase obrera: "generalmente la preocupación de los delegados de talleres sólo se reduce a llevar los recibos, hacer nuevos socios, cuando yo entiendo que a más de eso la misión de esos delegados es formar en cada asociado una arraigada conciencia de clase." [15]

 
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