La política ideológica que tuvo la dictadura militar hacia las mujeres se centraba en la exacerbación de los roles estereotipados de género existentes en la sociedad capitalista patriarcal: se exaltaron las funciones reproductivas y domésticas, relegando a las mujeres al espacio privado, pero otorgándoles supremacía en tanto garantes de la unidad familiar, como “célula básica de la sociedad”. La dictadura, también, exacerbó el modelo dicotómico de “virgen o prostituta”, resignificado en la oposición del modelo mariano representado en la Virgen de Luján contra el de la subversiva que transgredía la supuesta esencia femenina.
Estas ideas tenían sus consecuencias en la vida cotidiana: además de sostener el decreto Nº 659 del ministro de Salud y Acción Social, José López Rega, de 1974, que controlaba la comercialización de anticonceptivos mediante el expendio obligatorio de receta médica, en 1977, la junta militar promulga el decreto Nº 3.938, en el que se señala que “el bajo crecimiento demográfico y la distorsionada distribución geográfica de la población constituyen obstáculos para la realización plena de la Nación, para alcanzar el objetivo de ‘Argentina-Potencia’ para salvaguardar la Seguridad Nacional.” También se propone otorgar incentivos para la protección de la familia y eliminar las actividades que promuevan el control de la natalidad.
Frente a este modelo, las mujeres militantes –es decir, que tenían una actividad política, pero además con la intención de subvertir el orden social- serán consideradas como elementos transgresores altamente peligrosos, no sólo por su militancia contra el orden establecido, sino en tanto encarnaban una ruptura con los roles de género tradicionales. Esto es lo que explica por qué, el terrorismo de Estado incluyó objetivos y métodos de represión específicos contra las mujeres, que podríamos describir como de “disciplinamiento de género”, que incluyó la violencia sexual como uno de sus aspectos más brutales y significativos. Mientras la violación de los varones operaba como destituyente de la masculinidad del “enemigo”, transformándolo en “subordinado”, “feminizándolo”, la violación de las mujeres simboliza la ocupación del territorio, la soberanía de los dominantes. Estrategia de los genocidas que se continúa en el robo de bebés y la sustitución de sus identidades.
Cuando comenzaron las denuncias del terrorismo de Estado, la violencia sexual quedó invisibilizada entre los métodos de tortura y vejaciones sufridas por hombres y mujeres. La abogada Myriam Bregman del CeProDH y actualmente candidata a Jefa de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos por el PTS en el Frente de Izquierda, ya señaló –durante el juicio a Etchecolatz que terminó condenado a perpetua- que “la violencia sexual implementada como parte del terrorismo de Estado, debe integrarse en la figura de genocidio”. Esto es, como un elemento fundamental de “un plan sistemático de exterminio, llevado a cabo por las Fuerzas Armadas y de Seguridad, con el auspicio y la colaboración del empresariado y la Iglesia, que se propuso aniquilar a la clase trabajadora y los sectores populares que constituían un obstáculo para su propósito de reestructuración económica, social, política, gremial y cultural del país”.
El sustrato de esa violencia se repite en cada femicidio
Este disciplinamiento que intenta “encausar” a las mujeres en los roles socialmente establecidos es el mismo que opera detrás de todas las formas de violencia de género. En cada femicidio, las huellas de la agresión son una advertencia a las otras mujeres. Disciplinar, silenciar, controlar es el mensaje dirigido a las otras mujeres que observan estos crímenes aterrorizadas.
Mujeres que “deben aprender” la lección que el criminal deja estampada en el cuerpo de la víctima, como las mujeres campesinas de la Edad Media, que eran sometidas a presenciar la quema de “brujas” (esas otras mujeres que sabían curar, ayudaban en los partos y en la prevención de embarazos a las pobres, algo que la Iglesia y las clases dominantes no estaban dispuestos a permitir). Demostrar –por la fuerza brutal, el ensañamiento, la furia y el crimen- que las mujeres deben mantenerse recluidas en su hogar, protegidas por varones, sometidas a una vida opresiva para no sufrir el mismo castigo que han pagado con sus vidas las que se atrevieron a desafiar el orden socialmente establecido para los sexos.
Mientras escribíamos esta columna para La Izquierda Diario, se informaba que había aparecido muerta Daiana García. La víctima nuestra de cada día. Otras mujeres, conmemoraban los diez años de la desaparición de Florencia Pennachi, una de las “desaparecidas en democracia”, probablemente víctima de las redes de trata y prostitución que el Estado permite que actúen impunemente, cuando sus fuerzas represivas o funcionarios públicos no son parte integrante de las mismas, directamente.
El femicidio del que sigue siendo responsable el Estado
¿Y qué más que parecido, hoy, a un funesto femicidio perpetrado por el Estado y alentado por la Iglesia, que la muerte de casi 300 mujeres jóvenes y pobres, cada año, en Argentina, por las consecuencias del aborto clandestino? Un derecho democrático elemental, como es el de la interrupción voluntaria del embarazo, prohibido para las mujeres argentinas desde antes y durante la dictadura militar, pero que continúa vedado hasta nuestros días.
Por eso, exigimos la inmediata aprobación del proyecto de ley presentado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, sin dilaciones. Algo que hoy está lejos de dirimirse si no es por la organización y movilización del movimiento de mujeres, las organizaciones feministas, sociales y políticas que apoyamos este justo reclamo. El propio ministro de Salud que unos días atrás planteaba su adhesión a la despenalización del aborto y fuera desmentido por el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, ya salió ayer a retractarse para que no quede cuestionada la autoridad presidencial.
Consideramos que, tanto la lucha contra la violencia hacia las mujeres como la lucha por el derecho al aborto, encierran una perspectiva que va más allá del justo reclamo por el derecho a una vida libre de violencia y por el derecho democrático elemental a decidir. Consideramos que incluyen un cuestionamiento a la asimetría de género establecida milenariamente por el sistema patriarcal, reapropiada, legitimada, justificada y reproducida hasta nuestros días por todos los sistemas sociales basados en la dominación de clases explotadoras, donde las mujeres y lo femenino, están subordinadas a los hombres y lo masculino. La violencia actúa como un mecanismo coercitivo que, junto con otros mecanismos de consenso, naturaliza la norma social e invisibiliza la construcción histórica de la asignación de funciones propias e inmanentes de los géneros. Roles que son resultado, efecto, de esta naturalización de las relaciones de opresión y al mismo tiempo, un dispositivo para su perpetuación.
Por eso, reducir la lucha de las mujeres por sus derechos a una búsqueda de equidad o igualdad legal es verdaderamente utópico, en tanto sigan existiendo las relaciones sociales de producción basadas en la explotación y las relaciones sociales de reproducción basadas en la opresión de las mujeres. Lo realista, para quien decida luchar por la emancipación total y definitiva de todas las formas de opresión, es acabar con el modo de producción capitalista que, como dijera la revolucionaria Rosa Luxemburgo, es un sistema de discriminación en la explotación (a lo que podríamos añadirle, y de explotación sistemática de toda forma de discriminación). Esa es la perspectiva por la que luchamos.
Hoy, cuando la presidenta anuncia nuevo equipamiento para el Ejército a pocos días de conmemorarse un nuevo aniversario del golpe de Estado, que tiene como jefe a Milani, acusado por crímenes cometidos durante la dictadura; cuando la UCR y el PRO establecen una alianza de la nueva derecha, éstas también serán algunas de las banderas con la que las mujeres trabajadoras, estudiantes y activistas que no acompañamos el 18F, pero tampoco aplaudimos acríticamente el 1M, nos movilizaremos a la Plaza de Mayo el próximo 24M. Marchá con nosotras, por estas reivindicaciones y una posición independiente del gobierno y la oposición derechista, con Pan y Rosas y el PTS en el Frente de Izquierda.
(*) Muchos de los conceptos vertidos aquí fueron presentados en mi ponencia en la mesa de debate “Las luchas de las mujeres: del genocidio al femicidio”, organizada por la Comisión de Género y DD.HH. del Colegio de Trabajadores Sociales de La Plata, en marzo de 2011. |