En el último año, tuvo mucha repercusión internacional el grupo feminista FEMEN de origen ucraniano. Hace menos de un mes, las jóvenes irrumpieron con sus senos desnudos en el parlamento español, al grito de “el aborto es sagrado”. Su notoriedad se debe a este particular modo de protesta –especialmente, contra la prostitución, pero también por otras causas-, que consiste en irrumpir en topless en lugares públicos que permitan visibilizar mediáticamente su demanda.
Jóvenes universitarias al desnudo
A esta práctica, ellas mismas la denominan “sextremismo” y el lema de su agrupación es “Mi cuerpo, mi manifiesto”. “Las activistas FEMEN deciden desnudarse no para anunciar un coche, no para dar a luz a un hijo enviado, no para satisfacer al hombre (...); nos desnudamos para luchar (...). Queremos independencia, nuestros cuerpos luchan en solitario en esta guerra mundial por nuestro control sobre nuestro propio cuerpo y vida”, dice la fundadora de la filial española de FEMEN, un movimiento cuyo núcleo originario estaba conformado por estudiantes universitarias de entre 18 y 20 años.
Así como FEMEN ha sido recibido con beneplácito por algunos sectores del feminismo, también le han llovido críticas desde otros, que sostienen que esta forma de protesta no hace más que reproducir la cosificación sexista que el patriarcado hace de los cuerpos femeninos.
Sin adentrarnos en esta polémica, queremos abrir una reflexión desde otro ángulo.
Individualismo liberal, pensamiento de la derrota
El crítico Terry Eagleton escribía, irónicamente, que en las décadas del neoliberalismo, “la preocupación por el cuerpo” reemplazó a la preocupación por la revolución. Se hablará del cuerpo libidinal, deseante, mutilado, regulado, prisionero de las instituciones y del lenguaje, campo de batalla de saberes e instituciones. El cuerpo aparece, desde esta mirada posmoderna, como un objeto expropiado por el “discurso dominante”. El sujeto es alienado en su propio cuerpo, del que es necesario reapropiarse; pero no en el sentido marxista de la alienación producida por las relaciones de producción en el capitalismo (donde el producto del trabajo se le vuelve extraño al propio productor), sino una reapropiación que permita crear el cuerpo propio, deconstruyendo sentidos y transformándolo, libre e individualmente, en el cuerpo deseado, incluso, en “arma de lucha”.
Pero como bien dice una de las FEMEN, se concibe como “una lucha en solitario”, como aquella que se da en la última trinchera, algo más propio del pesimismo provocado por aquellos años de derrotas para las masas, que por la realidad actual en la que el capitalismo hace agua por todos lados, las democracias occidentales desnudan impotentes sus degradados “derechos civiles” y las masas irrumpen en movilizaciones callejeras en Brasil, en huelgas obreras en Sudáfrica, en luchas juveniles en países europeos, en protestas estudiantiles en Chile y en México, en levantamientos impetuosos en el mundo árabe.
¿Algunas estudiantes desnudas o ganar la voluntad de lucha de millones?
El “control sobre nuestro propio cuerpo y vida” no se alcanza con el desnudo solitario e individual, ni siquiera el protagonizado por un pequeño grupo de jóvenes feministas con buenas intenciones.
El capitalismo expropia nuestros cuerpos y nuestras vidas. Para enfrentarlo, necesitamos ganar las voluntades de centenares de miles de mujeres, unir la fuerza de lucha que anida en nuestros cuerpos –no todos tan jóvenes ni tan universitarios- gastados, reprimidos y violentados por la explotación capitalista y la opresión patriarcal. Nuestro objetivo es grande porque grandes son los agravios: desde las represivas aulas de las instituciones educativas, desde las mortíferas salas de los hospitales, desde la precariedad de las cocinas de las barriadas populosas, desde la oscuridad de los talleres clandestinos, desde las dictatoriales líneas de producción de las fábricas, queremos poner en pie un poderoso movimiento de lucha contra este régimen podrido y contra este sistema social que sólo reserva más injurias y oprobios para las mujeres. |