“Tres mujeres convencieron a Obama de intervenir” titularon los diarios, un día después de que comenzara la intervención imperialista en Libia. Finalmente, después de que los agoreros de las bombas “en defensa de la población civil” (paradoja si las hay) cantaron victoria, comenzaron los ataques para frenar la ofensiva militar de Kadafi.
Tres de las personas que participaron de la decisión de que los misiles Tomahawk de EEUU impacten sobre Libia son mujeres: Hillary Clinton, secretaria de Estado de EEUU, Samantha Power, del Consejo de Seguridad Nacional, y Susan Rice, embajadora de EEUU ante la ONU. A ellas se les adjudicó la tarea de convencer al presidente norteamericano de sumarse a la misión encabezada por el francés de Sarkozy y sus aliados de Europa, África y la Liga árabe. No es que el presidente norteamericano necesitara que lo convencieran de usar la fuerza militar (algo que hace desde que llegó a la Casa Blanca), sino que existen muchas voces en Washington que alertan sobre los riesgos y los costos de una nueva intervención para EEUU (como el jefe del Pentágono Robert Gates).
Ayer y hoy
Parece que fue ayer cuando los foros feministas se llenaban de alegría y expectativas por la llegada de las mujeres a los lugares donde verdaderamente se tomaban las decisiones. En ese entonces recién empezaba la carnicería en Irak que comenzó con la invasión yanqui en 2003. Desde una posición aun minoritaria e incómoda para muchas, veíamos cómo se deshacían los sueños de igualdad, de llegar donde habían llegado los varones y decíamos que la guerra era “una realidad que es mucho más compleja que un simple enfrentamiento entre mujeres dadoras de vida, por un lado, y varones patriarcales imbuidos de belicismo, por el otro (…) El feminismo de la igualdad fracasa y se lamenta frente a las sangrientas consecuencias que ha tenido su prédica de la inclusión y la equidad de las mujeres para tener la oportunidad de acceder a todos los lugares en los que (algunos) varones han ejercido el poder durante siglos” (A. D’Atri, http://www.pyr.org.ar/spip.php?article4).
En ese momento llamábamos a la reflexión, que aguaba un poco la fiesta de muchas feministas, sobre la actuación de las mujeres “que habían llegado” como Condoleezza Rice (en ese momento secretaria de Estado de G.W. Bush), mujer sí pero personera de la concreción de la política neoconservadora que se traducía en la invasión de las tropas norteamericanas en Irak y Afganistán. Invasión que, para sorpresa de nadie, incluyó violaciones de mujeres y niñas (y el caso emblemático de Abu Graib o la masacre de Haditahttp://www.pts.org.ar/spip.php?article5101), acoso y abuso contra las propias militares norteamericanas a manos de sus superiores (sobre abusos en el Ejército: http://teseguilospasos.blogspot.com/2009/05/hechos-que-derriban-el-argumento.html), sin contar con las tremendas consecuencias sociales y económicas de la destrucción casi total de la infraestructura y el retroceso a la vida en reclusión para cientos de miles de mujeres.
Nada bueno traería la gestión de una mujer afroamericana al frente del Departamento de Estado de EEUU y lamentablemente la realidad lo ha demostrado con creces. Sin embargo, siguieron los debates y esta realidad amarga convivía con los discursos que intentaban vendernos las cualidades (¿innatas, inmanentes, inherentes?, material para otro debate) de nuestro género, supuestamente nacido para gobernar mediante la paz, el diálogo y el entendimiento mutuo por nuestro rol de “dadoras de vida”. Desde otra óptica (derechista) este debate sobre las mujeres en el poder volvió a abrirse más tarde con la irrupción de una mujer tan polémica como reaccionaria como es Sarah Palin, que se adjudicó la ruptura del “techo de cristal” ante la mirada espantada de las feministas de “despacho” de Washington (ver Sarah Palin, ¿la candidata de las mujeres?, http://www.pyr.org.ar/spip.php?article504).
¿Y por casa?
Hasta ahora ningún hecho cuestiona la realidad de que todas y cada una de las mujeres que han llegado al poder (a los gobiernos burgueses) no han dado una sola muestra de esta empresa de paz y mucho menos que hayan representado un avance o siquiera un beneficio para la mayoría de las mujeres.
Llegaron las presidentas latinoamericanas: Michelle Bachelet, Cristina Fernández, Laura Chinchilla y recientemente Dilma Russef. Y otra vez las ilusiones y las expectativas amplificadas cual vendedoras ambulantes de las feministas institucionalizadas, las que se alejaban cada vez más de la mayoría de las mujeres para acercarse al pequeño club de las mujeres en el poder (porque aun cuando la participación de las mujeres de la vida política y pública ha crecido enormemente durante el pasado siglo, son una minoría las que ocupan puestos centrales de poder).
Sin embargo, además de alimentar ilusiones en la administración femenina del poder burgués –subyugado a la vez a la opresión y la expoliación imperialista en nuestro continente-, el movimiento feminista sufrió otra gran consecuencia. Grandes sectores que otrora compartieron las calles con obreras y obreros, campesinas y campesinos, con la juventud y el movimiento estudiantil terminaron a la sombra de la “miseria de lo posible”. En Argentina hemos visto demasiadas organizaciones feministas y de mujeres que han pasado de la calle al “palacio” del kirchnerismo. Y, para ser sinceras, este pasaje no ha estado marcado por hechos de gran magnitud como es la el reconocimiento del matrimonio igualitario (un debate que supera ampliamente esta breve opinión, pero sobre el cual hemos dado nuestra posición, ver por ejemplo http://www.pyr.org.ar/spip.php?article1510).
Las más de las veces el pasaje ha sido a cambio de... nada o, peor, de promesas de nada, porque en Argentina, la Argentina gobernada por una mujer, cuyas fuerzas armadas y de seguridad son dirigidas por otra mujer, la seguridad social es dirigida por otra mujer y cuyo Banco Central es presidido por una mujer, todavía se realizan 500.000 por abortos clandestinos por año (entre 300 y 400 mujeres mueren al año), las mujeres son mayoría entre la clase obrera precaria (el 40% de toda la clase obrera) y la más pobres entre los pobres. Este gobierno no solo no nos ha regalado ningún derecho sino que ha mantenido a una de las instituciones más reaccionarias y misóginas como es la Iglesia Católica, subsidiando sus escuelas y a sus curas (cuando a las mujeres sólo nos ofrencen planes sociales miserables, con los que millones deben sobrevivir o superar al menos la línea de pobreza).
Las guerras de las mujeres
Hoy, que las mujeres “han llegado a la cima”, que son quienes participan de las decisiones de cuándo desatar guerras y ocupar países, vuelve a ser necesaria la reflexión acerca de las mujeres en los gobiernos capitalistas y qué representa esto en la lucha por el fin de la opresión.
Y cuando vuelven a la escena procesos revolucionarios como en Egipto, grandes movilizaciones como las que recorren hoy el mundo árabe, y las guerras e intervenciones imperialistas, más que nunca vuelve al centro del debate la cuestión de la indivisibilidad de la lucha por nuestra emancipación de la lucha contra el capitalismo, el pilar y patrocinador más eficaz y duradero del patriarcado.
La opresión de las mujeres, aun en el siglo XXI cuando las mujeres han elevado el “techo de cristal” como nunca antes en la historia, no acabará sino en el camino del fin de la opresión más brutal: la explotación capitalista y la opresión imperialista. Por eso son las trabajadoras y trabajadores nuestros mejores aliados, y por la misma razón las organizaciones obreras y revolucionarias deben levantar la bandera de la liberación de las mujeres, y encontrarán en ellas las luchadoras más decididas por una nueva sociedad liberada de toda explotación y opresión. |